jueves, 16 de junio de 2011

EL PRECIO DE LA ORACIÓN

EL PRECIO DE LA ORACIÓN

Zambo fue un esclavo negro que vivió en la región Sur de los Estados Unidos. Era un Cristiano muy alegre y un fiel sirviente, pero su amo al encontrarse escaso de dinero un día se vio en la necesidad de venderlo. En una ocasión llegó a la casa del amo de Zambo un joven dueño de una plantación para comprarlo.

El joven era inconverso, era un impío pero después de haber hecho los arreglos necesarios sobre el precio de Zambo, este esclavo Cristiano fue vendido a su nuevo dueño.

Al despedirse del joven el antiguo amo dijo: — Ya se dará usted cuenta que Zambo es un trabajador excelente y digno de toda confianza; él complacerá a usted en todo excepto en una cosa.

—¿Cuál es esa cosa?—preguntó el nuevo amo.—Que le gusta mucho orar y nunca podrá usted quitar esa inclinación de Zambo pero ese es su único defecto.

—    ¡Ah, si! Pues pierda usted cuidado, porque pronto le quitaré ese defecto a latigazos,—recalcó el impío.

—No temo nada,—dijo el antiguo amo. — pero le aconsejo a usted que no lo haga, sería inútil; Zambo preferirá morir a dejar de orar.

Zambo probó su fidelidad al nuevo amo de la misma manera que lo había hecho con su otro amo; pero pronto llego a oídos del amo que Zambo había estado orando. Le mando llamar y dijo: Zambo, no debes volver a orar jamás; aquí no nos gusta tener a nadie que ore; con que a trabajar y ya sabes que no quiero volver a saber que te ocupas de tales tonterías. —Zambo contestó: —Señor amo, tengo que orar a Jesús; cuando oro, amo mas a usted y a mi ama y además puedo trabajar más duro para ustedes.— Pero seria y terminantemente le fue prohibido orar, bajo pena de una buena azotaina.

Aquella tarde cuando el trabajo del día había tocado a su fin,   Zambo  habló  con su Dios, como lo hizo el Daniel de la antigüedad, y a la mañana siguiente fue llamado a comparecer ante su amo quien disgustadísimo le pregunto por qué lo había desobedecido.

—Señor amo, necesito orar; es que sin la oración no puedo vivir, —dijo Zambo. Al oír ésas palabras, el amo montó en una cólera terrible y ordeno al esclavo que se despojara de la camisa y a otros dijo que le ataran al poste donde acostumbraban castigar a latigazos a los esclavos. Entonces él mismo tomó el látigo y con toda la fuerza de que es capaz un hombre enfurecido golpeó tanto al pobre Zambo, hasta que la misma esposa del amo le rogó con lágrimas en los ojos que dejara de flagelarlo.

El hombre estaba tan furioso que hasta amenazó a su esposa de castigarla si se empeñaba en no dejarlo. Luego siguió pegando a Zambo hasta que se le acabaron las fuerzas. Después mando que le lavaran las heridas de la espalda sangrienta con agua salada; le volvieron a dejar ponerse su camisa y lo mandaron a seguir trabajando. Aunque sus dolores eran indecibles, Zambo se fue a sus labores cantando con voz dolorida: “No hay tristeza en el cielo, Ni llanto ni amargo dolor, Estar con Cristo es mi anhelo Porque El es mi buen Salvador,”

Zambo trabajó duramente aquel día aunque la sangre se filtraba de su espalda herida donde el látigo había dejado hondos surcos. Pero Dios estaba obrando en el corazón de su amo. Se puso a recapacitar en su maldad y crueldad tan refinada para con aquel pobre esclavo cuya única falta había sido su fidelidad.

Se apodero de el un remordimiento tremendo y apesarado e inquieto se fue a tratar de dormir pero no pudo conciliar el sueño por más esfuerzos que hizo para ello.

Era tal su agonía que a la media noche tuvo que despertar a su esposa y le dijo que estaba muriendo. Entonces su esposa le dijo: —¿Quieres que vaya y traiga al  doctor?—No, no; no quiero que venga ningún doctor. ¿Hay alguno aquí en la  plantación que pueda orar por mí?—dijo el esposo—Creo y temo que me voy al infierno.

—Pues no sé de nadie que pueda hacerlo—dijo su esposa,—excepto del pobre Sambo a quien castigaste tan duramente esta mañana.

—¿Crees que vendría para orar por mí?—preguntó ansiosamente.
—SÍ, creo que lo haría, —contestó ella.

—Entonces manda traerlo inmediatamente,—dijo el amo.

Encontraron a Zambo arrodillado y orando a Dios. Cuando le sorprendieron en esa actitud, pensó que era para que le castigaran de nuevo pero al llegar al dormitorio de su amo, grande fue su pena al verle retorciéndose de agonía.

Quejándose amargamente el amo dijo -Zambo, ¿quieres orar por mí?— ¡Cómo no! ¡Bendito sea Dios, señor amo; he estado orando por usted toda la noche —y al decir esas palabras cayó de rodillas y como el Jacob de la antigüedad, luchó con Dios en oración. Antes de romper el alba, Zambo fue testigo de la conversión tanto de su amo como de su ama.


El amo y el esclavo se abrazaron. La diferencia de razas y la crueldad pasadas cayeron como por encanto ante el amor de Dios y lagrimas de gozo se confundieron en aquella ocasión.

Inmediatamente Zambo fue puesto en libertad y ya no tuvo que trabajar en la plantación. El amo se llevo a Zambo y se fueron a predicar el evangelio. Viajaron por todos los estados del Sur, siendo testigos del poder de Cristo para salvar a todos.
Tal es el poder del amor de Dios en el alma donde Cristo mora.

“En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que el nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” Juan 4:10.

EL VALOR DE LOS NÚMERO

LECTURA DE REFLEXIÓN: EL VALOR DE LOS NÚMERO

Una tarde, en el mundo de la matemática, donde todo es exacto, comenzó una gran discusión porque cada número quería demostrar que era mejor o más valioso que los demás. Yo soy más importante decía el número uno- porque para todo soy el primero.

No -decía el numero dos- yo soy el mejor, porque para que haya vida se necesita una pareja, y sin mí, no existiría nadie. El número tres riéndose de sus compañeros dijo: yo represento la Santísima Trinidad y por tal responsabilidad, nadie puede negar que soy el más importante.
El número cuatro, enseguida, quiso demostrar su gran importancia y nombró sillas, mesas, camas, animales y todas las cosas que tienen cuatro patas, además de las cuatro estaciones del año que sin él no podían existir.

La discusión se hacía cada vez más fuerte y algunos números que al principio no querían intervenir, terminaron por defender su valor diciendo: Cinco dedos tienen las manos, cinco dedos tienen los pies, son cinco los sentidos, ¿qué sería de los hombres sin mí?, dijo evidentemente el cinco.

Entonces, el seis sin quedarse callado, dijo: Dios creó al hombre el sexto día, por lo tanto sin mí ninguno de ustedes serviría para nada. Mil disculpas, dijo el siete, si de eso vamos a hablar, tengan en cuenta que yo represento el séptimo día y fui declarado sagrado por el mismo Dios, ¿van a dudar de que soy el más importante de todos?

Todos se quedaron pensando por un momento, hasta que el número ocho, quien había permanecido en silencio y observando a los demás, dijo: esta discusión me parece muy absurda, pero si algo tengo que decir es que digan lo que digan, siendo yo mayor que ustedes, evidentemente tengo más valor.

Nuevamente los números se alborotaron y comenzaron a discutir; el nueve muy altanero, miró al ocho con aire de superioridad y dijo: Como todos ustedes sabrán, aquí termina la discusión ya que soy el mayor y más valioso de todos y ninguno de ustedes podrá cambiar eso.

Terminaba de hablar el nueve, cuando el cero muy serio y fastidiado por haber escuchado tantas tonterías juntas quiso hablar, ya iba a tomar la palabra cuando todos los números al verlo se pusieron a reír. ¿Qué nos vas a decir, acaso que eres el que vale más que todos nosotros? Le preguntaban riéndose y burlándose de él.

A pesar de sus burlas, el cero con mucha seriedad les dijo: Es bien sabido que no somos todos iguales y que tampoco tenemos el mismo valor, sin embargo, no creo que ninguno sea mejor que el otro, a pesar de que cada uno tiene sus propios motivos para sentirse orgulloso.

Entonces todos los números dejaron su actitud altanera y vanidosa y siguieron escuchando al cero que muy sabiamente continuó su discurso diciendo: Y si bien cada uno de nosotros tiene una gran importancia individualmente, unidos lo somos aún más, ya que mientras más nos unamos, tendremos más valor.

Entonces los números empezaron a juntarse unos con otros formando decenas, centenas miles y millares y realmente se dieron cuenta que  su valor aumentaba infinitamente.

Luego de cantar, bailar y divertirse, el cero muy contento dijo: Como todos han podido apreciar, yo sin su ayuda, no tendría ningún valor y es eso lo que me hace pensar que nuestra misión más grande es demostrar a los humanos, que son como nosotros los números, cada uno diferente y con distintos valores que los demás, pero ninguno mejor ni más importante que el otro y que si ellos se unieran como nosotros, también lograrían un mundo infinitamente feliz.

Una tarde, en el mundo de la matemática, donde todo es exacto, comenzó una gran discusión porque cada número quería demostrar que era mejor o más valioso que los demás. Yo soy más importante decía el número uno- porque para todo soy el primero.

No -decía el numero dos- yo soy el mejor, porque para que haya vida se necesita una pareja, y sin mí, no existiría nadie. El número tres riéndose de sus compañeros dijo: yo represento la Santísima Trinidad y por tal responsabilidad, nadie puede negar que soy el más importante.
El número cuatro, enseguida, quiso demostrar su gran importancia y nombró sillas, mesas, camas, animales y todas las cosas que tienen cuatro patas, además de las cuatro estaciones del año que sin él no podían existir.

La discusión se hacía cada vez más fuerte y algunos números que al principio no querían intervenir, terminaron por defender su valor diciendo: Cinco dedos tienen las manos, cinco dedos tienen los pies, son cinco los sentidos, ¿qué sería de los hombres sin mí?, dijo evidentemente el cinco.

Entonces, el seis sin quedarse callado, dijo: Dios creó al hombre el sexto día, por lo tanto sin mí ninguno de ustedes serviría para nada. Mil disculpas, dijo el siete, si de eso vamos a hablar, tengan en cuenta que yo represento el séptimo día y fui declarado sagrado por el mismo Dios, ¿van a dudar de que soy el más importante de todos?

Todos se quedaron pensando por un momento, hasta que el número ocho, quien había permanecido en silencio y observando a los demás, dijo: esta discusión me parece muy absurda, pero si algo tengo que decir es que digan lo que digan, siendo yo mayor que ustedes, evidentemente tengo más valor.

Nuevamente los números se alborotaron y comenzaron a discutir; el nueve muy altanero, miró al ocho con aire de superioridad y dijo: Como todos ustedes sabrán, aquí termina la discusión ya que soy el mayor y más valioso de todos y ninguno de ustedes podrá cambiar eso.

Terminaba de hablar el nueve, cuando el cero muy serio y fastidiado por haber escuchado tantas tonterías juntas quiso hablar, ya iba a tomar la palabra cuando todos los números al verlo se pusieron a reír. ¿Qué nos vas a decir, acaso que eres el que vale más que todos nosotros? Le preguntaban riéndose y burlándose de él.

A pesar de sus burlas, el cero con mucha seriedad les dijo: Es bien sabido que no somos todos iguales y que tampoco tenemos el mismo valor, sin embargo, no creo que ninguno sea mejor que el otro, a pesar de que cada uno tiene sus propios motivos para sentirse orgulloso.

Entonces todos los números dejaron su actitud altanera y vanidosa y siguieron escuchando al cero que muy sabiamente continuó su discurso diciendo: Y si bien cada uno de nosotros tiene una gran importancia individualmente, unidos lo somos aún más, ya que mientras más nos unamos, tendremos más valor.

Entonces los números empezaron a juntarse unos con otros formando decenas, centenas miles y millares y realmente se dieron cuenta que  su valor aumentaba infinitamente.

Luego de cantar, bailar y divertirse, el cero muy contento dijo: Como todos han podido apreciar, yo sin su ayuda, no tendría ningún valor y es eso lo que me hace pensar que nuestra misión más grande es demostrar a los humanos, que son como nosotros los números, cada uno diferente y con distintos valores que los demás, pero ninguno mejor ni más importante que el otro y que si ellos se unieran como nosotros, también lograrían un mundo infinitamente feliz.